¿Qué me está pasando?

El duelo es la respuesta del ser humano ante la pérdida de aquello que es sumamente apreciado y querido. Es una respuesta integral, es decir que abarca todos los ámbitos del ser: físicos, psicológicos, emocionales, conductuales y espirituales. Es un periodo en el cual todos estos aspectos intentan adaptarse ante la nueva realidad vivida.

Este periodo es sumamente complejo y por demás complicado y doloroso: duele el cuerpo, duele el alma, duele todo. En un primer instante, ante la noticia de la muerte del ser amado existe incredulidad: “No lo puedo creer, me siento como fuera de la realidad, esto no puede estar pasando…” son algunas de las expresiones que manifiestan las personas durante estos primeros instantes.

Posteriormente “se vive solo por vivir”, se experimenta una tristeza profunda y usualmente hay cambios de hábitos: alimenticios, del sueño, de las actividades comunes. El dolor es tan intenso que los dolientes piensan y sienten que nunca podrán eliminar este dolor. Hay días en que el estado de ánimo es mejor, para luego regresar al estado de tristeza profunda; estos cambios hacen creer al doliente que está al borde de la locura, pone en duda su lucidez e incluso su auto estima entra en juego.  (Continúe leyendo en https://apoyoenelduelo.wordpress.com/2015/12/10/que-me-esta-pasando/

 

Aniversario de Renacer

A los 27 años  de Renacer

 

Tributo  a  sus  iniciadores

 

       Cuando, el día 5 de diciembre de 1988, se reunieron, por primera vez, unos pocos padres, mamás y papas, que habían perdido hijos, convocados por la intuición de una mamá y un papá, nadie hubiera podido imaginar, que ese día, había nacido un movimiento que sería una avanzada para una humanidad distinta.

       Para soñar esa realidad, hubo que trabajar luchando contra los paradigmas establecidos, aquellos que desde la niñez subordinan la libertad de pensar; de no poder pensar lo no pensado hasta el momento.

       Luchar contra los intereses de quienes, por entonces,  se creían dueños indiscutidos para medrar con el dolor ajeno.

       Luchar contra la inercia de quienes como golondrinas pasajeras pasan al vuelo por los grupos y no vuelven.

       Luchar contra la falta de fe de quienes como Santo Tomás tenía que tocar para creer.        

       Luchar contra la desesperanza que invade el corazón herido de quien ha perdido un  hijo.

       Y en esa lucha recorrer miles de kilómetros enfrentando la incredulidad materialista que invade las mentes.

      También hubo luces y esperanzas.

       Luces y esperanzas aportadas por la obra científica de Elisabeth Kúbler Ross, Víctor Frankl, Elizabeth Lucas y tantos autores que abren caminos de esperanza y la inefable esperanza de tantos papás y mamás, de todas partes del mundo, que no queriendo vivir como estaban viviendo, vieron en el mensaje de Renacer la forma de mantener vivo el  amor por el hijo que ya no está físicamente pero que lo sienten alojado en su corazón.

        Cincuenta, cien y más años esperan la labor de los integrantes de cada grupo para que llegue el momento en que esta revolución cultural llegue a todas las culturas.                    

       Alicia y Gustavo vuestros nombres, junto al de Nicolás, están y quedarán, por siempre, en miles de corazones, colmados de gratitud, por ser artífices de esta obra de amor, que demuestra al mundo que se puede vivir dignamente en homenaje a un hijo que ha partido prematuramente.

                                  

                                                     5 de diciembre de 2015

 

Ver la vida como un proceso, no como un evento

Un amigo muy querido me sugería que hay que ver la vida no como una serie de sucesos, sino como un proceso. Meditando lo que estas palabras conllevan pensé que es una gran ventaja para los que hemos pasado por la dolorosa experiencia de haber perdido a un hijo.

Cuando uno pierde a su hijo, pasa primeramente por una serie de remolinos emocionales, sentimientos que debemos elaborar para empezar a ver la vida desde una perspectiva más objetiva, para poder empezar a ver lo que la muerte realmente es: un proceso. Cuando las emociones van cediendo a la tranquilidad, nos vamos percatando, como dijo Alicia Berti en el aniversario de Renacer Rio Cuarto, que somos tierra fértil para que nazca un árbol enorme donde brote mucho fruto; y nos fijamos en que la vida no puede determinarse por un evento o por una etapa, entonces nos percatamos que somos libres para darle a esa etapa su debido sentido. ¿Ahora que me ha pasado esto, qué voy a hacer? ¿Qué sentido le daremos a ese sufrimiento, a esa etapa de nuestro proceso de la vida?

Si aprovechamos las etapas por las cuales vamos pasando para irnos “mejorando” en nuestro proceso entonces veremos la muerte como el fin de una etapa y el inicio de otra. Nos sentiremos libres para elegir qué rumbo deben de llevar nuestras vidas. Citando Viktor Frankl «Que algunas circunstancias, internas o externas, influyan o no, en un individuo concreto, o que su influencia tome una dirección u otra depende únicamente de la libre elección del individuo.»

Muchos, envueltos por las emociones adoptamos el papel de víctimas, de que la Vida nos arrebató algo, eligiendo entonces un proceso de congoja, de improductividad. Adoptamos una posición egoísta, desde donde nos sentimos el centro de cuanto ocurre alrededor. Privándonos de dar a los demás todo ese amor que la vida y nuestros propios hijos nos dejaron. “Solo el ego se cruza en el camino a la hora de compartir nuestros dones, de manifestar la compasión y de descubrir el lado positivo de las adversidades. El altruismo nos dice que cuánto más damos, más se llenan nuestros almacenes internos de paz, felicidad y calidez.» (Rab L. Wolf). La vida sigue confiando en nosotros, y somos nosotros y solo nosotros los que decidiremos cómo vivir nuestras vidas. Cito nuevamente a Frankl “… al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias- para decidir su propio camino.”

En este proceso que llevamos, donde nos corresponde “corregirnos”, mejorarnos, no podemos culpar a la vida o a nadie de cómo elegimos vivir. No es la vida quien nos tiene que contestar nuestras preguntas, somos nosotros quienes debemos contestarle a la vida. Por lo tanto, ¿queremos vivir sumergidos en el dolor, o queremos vivir la vida con ese amor y es paz que la vida nos ofrece?

Visite el nuevo sitio informativo sobre el duelo

A raíz de las múltiples preguntas hechas por medio de este blog, se ha hecho un nuevo blog llamado «apoyo en el duelo» donde se tratarán temas relacionados a las pérdidas y el duelo.

Le invitamos a que consulte el blog: https://apoyoenelduelo.wordpress.com/

Esperamos poder ser de ayuda!

¿Qué es? ¿Qué buscan? ¿Qué encuentran en Renacer?

Algunas veces nos preguntan si nos reunimos para llorar, para rezar o pensando que nuestros hijos van a aparecer.

Imbuidos de gratitud hacia los iniciadores de Renacer y con el recuerdo de nuestra querida dulce Ana, en día de su cumpleaños y aniversario de casamiento, podemos decir que nuestros hijos no van aparecer, nada de eso, no hay nada raro en Renacer, no nos reunimos para llorar porque no somos un grupo de llorones, sentimos profundamente la partida de nuestros hijos, pero estamos vivos y tenemos que seguir viviendo y hacerlo en forma digna.

Existe la tendencia, casi natural en el ser humano, a enfrascarse en el propio dolor y en su propio llanto, con el impulso a renunciar a vivir o decir yo ya no trabajo más, yo no hago más esto o aquello, yo cierro las cortinas y me encierro en mi casa, cosa que muchos padres han hecho.

Seguramente que tirarse en una cama, dejar de trabajar, cerrar puertas y ventanas, dejar de recibir a los amigos y familiares, viviendo encerrados en el propio dolor, no es la manera más digna de vivir para un ser humano, olvidando que junto a él hay otros seres humanos, entre ellos, sus otros hijos que necesitan atención, cualquiera sea su edad: niño, adolescente o ya adulto.

Renacer recibe a padres cualquiera sea la edad que ellos tengan, cualquiera sea la edad del hijo que ha partido, cualquiera la causa de su pérdida, cualquiera sea el tiempo que haga que el hijo haya partido, y, a su vez, cualquiera sea la fe religiosa que tenga el padre o la madre, cualquiera sea su ideología política y cualquiera sea su raza o color, porque la muerte no elige.

La razón de ser de las reuniones de Renacer es ayudar a los papás que vienen atribulados por el dolor, sintiéndose solos por primera vez en su vida y van a una reunión esperando que los ayuden aquellos que ya han pasado por este camino.

Hemos comprendido que debemos vivir una vida digna para nosotros mismos, y digna para aquellos que nos acompañan en el hogar, sobre todo para los hermanos de aquel ser que ha partido, pues si ellos ven que nos encerramos en nuestro propio dolor, no sólo sufrirán por ese tremendo dolor que significa la pérdida de su hermano o su hermana, que fue su compañero de juegos, compañero de travesuras, su mascota, o su modelo, según la edad de cada uno, sino que también sufrirán porque sienten que están perdiendo a sus padres, pues para ellos ya no son como eran antes.

La pérdida de un hijo está considerada como la crisis existencial más aguda por la cual puede pasar un ser humano y a partir de ser la crisis existencial más aguda por la que puede pasar un ser humano, si no sabe qué hacer, si no sabe cómo enfrentar la vida, puede pasar uno, dos, tres, diez o más años o todo el resto de su vida lleno de angustia y de dolor.

Renacer puede ayudar a salir de esa situación de angustia, de esa situación de dolor, y cambiar las actitudes negativas por un gran homenaje de amor a nuestros hijos, homenaje que les hacemos con nuestras propias vidas, pues no le hacemos un homenaje material, les hacemos un homenaje en el ámbito espiritual, allí en la dimensión donde ellos están ubicados en este momento.

A veces, equivocadamente, recordamos a nuestros hijos en el pasado, en ese día del accidente, en el día en que en una cama perdieron su vida o en el día que sufrieron la desventura de cortar su propia vida, pero nuestros hijos no quedaron en el pasado, cualquiera sea el lugar que nosotros creamos que vamos a llegar el día de nuestra propia muerte, ahí están nuestros hijos, están en nuestro futuro.

Renacer, devuelve a la sociedad padres dignos para la comunidad que no andan por la calle dando lástima, sino que son ejemplo para el mundo de que es posible, frente a cualquier tipo de adversidad, siendo ésta la peor crisis que se puede sufrir como ser humano, se puede levantar y seguir viviendo, haciendo de una tragedia un triunfo del ser humano.

Y cuando hayamos encontrado la paz y la aceptación, habremos de trasmitirla a los demás, a los que la necesitan, a los que sufren, a los que aún viven en la oscuridad de la desesperanza y la rebeldía.

Hoy, en un día tan señalado de su vida, retumba en nuestra mente la dulce voz de Ana, al contestar la pregunta de un periodista de cómo se inició en Renacer y que consiguió.

“Nuestro hijo un día, por decisión propia, quiso partir. Nosotros aceptamos y respetamos esa determinación porque él siempre quiso ser libre y entendimos que en esa oportunidad él consiguió la libertad plena.

Al tiempo, a los dos años y algo que había partido Enriquito, encontramos al grupo Renacer que, en aquel entonces, cuando él partió no existía en el Uruguay.

Desde entonces, hemos caminado con otra firmeza y hemos encontrado un sentido a la vida.

Yo necesitaba mucho del grupo, el grupo me dio mucha, pero mucha fuerza, porque es un ámbito en el cual todos tenemos el mismo lenguaje.

Tenemos tres hijos más y en determinados momentos, sin quererlo, uno los deja un poquito de lado, pues es tal la angustia y el dolor que uno siente que no le da importancia a lo que tiene.

El mensaje de Renacer nos hizo ver, precisamente, que tenemos que darle valor a la vida que tenemos por delante, que nos iremos junto a ellos el día que tengamos que irnos, pero mientras tanto acá, en el lugar que nos toca vivir, tenemos que seguir dignamente, con la frente alta y tratar de ayudar a todos los papás que se encuentren en las mismas condiciones.

El papá que se acerca a Renacer, realmente, como la palabra lo dice, renace, porque la vida nos cambia a la vez de partir un hijo y nos cambia de una forma que en el primer momento no sabemos a dónde acudir y Renacer nos ubica, pues en Renacer hablamos el mismo lenguaje, nos entendemos y podemos hablar de nuestros hijos, quizá en Renacer es donde más se recuerda al hijo y no se lo tiene en el olvido.

Por otra parte nos da la satisfacción de poder ayudar a otros papás, pues si nosotros pudimos salir de ese pozo tan tremendo, como nos parecía en el primer momento, ellos también lo pueden lograr.

Son tareas que cuando uno las enfrenta son difíciles, pero no imposibles.

Mi mensaje es que toda aquella mamá o papá, que todavía no se ha acercado al grupo, que lo haga y como siempre digo, gracias a Enriquito porque me hiciste conocer a Renacer, pues Renacer es un ámbito de luz, de esperanza y de amor.”

Viernes 31 de julio de 2015

Eiségesis del mensaje de Renacer por Enrique, Ana Doris y Ulises, con el recuerdo más dulce que pueda existir para nuestra querida dulce Ana.

CARTA A QUIENES HAN PERDIDO HIJOS, por Enrique Conde

Hoy, 19 de marzo, se cumple un año que nuestra querida y dulce Ana, dio el gran salto cósmico para unirse a nuestro hijo Enriquito.

En su homenaje queremos difundir hoy el texto de una carta que en nuestros primeros pasos en Renacer, conjuntamente con Ana, preparamos para quienes han perdido un hijo.

“Querido papá o mamá:

Hasta hoy, no sabíamos nada de ti, sin embargo hoy, sin haberte visto, podemos leer en tu alma.

Pocos saben de la angustia de perder un hijo o una hija.

Sabemos que acuciarán los ¿por qué?… ¿Por qué a él o a ella?; ¿Por qué a mí?; ¿Por qué ahora?; ¿Por qué no a mí?… y muchos otros que quedan todos sin respuesta, pero te asaltarán a cada instante y te robarán el sueño.

Nunca tendrás respuestas a esos ¿por qué…?

También vendrán otros pensamientos… si yo hubiera…; si yo no hubiera…; si él o ella hubiera…

¡Ya no existen esos hubieras!

Tú le diste lo que tu cariño sintió que debías darle, el resto no está en tus manos, ni lo estará, por siempre.

Así son los hechos.

La razón es esquiva a aceptarlo, pero lo debes aceptar con el corazón, pues como dice Blas Pascal «El corazón tiene razones que la razón ignora»

Es en el corazón que debes alojar a tu hijo o hija y, entonces, verás que allí tiene un lugar y en ese lugar renacerá para ayudarte a superar esta adversidad, que es la más grande de las adversidades que puede soportar un ser humano.

Pero también es, como toda adversidad, como toda dificultad, un nuevo campo de experimentación, del cual no podrás ya sustraerte.

No importa donde creas que está, estará por siempre también en tu recuerdo, en tus actos, en tus triunfos y en tus fracasos.

No hagas, en su homenaje, que tu vida se vaya con su vida, por el contrario, haz que tu vida florezca en su homenaje.

Te aseguramos que es posible.

Desde lo más remoto de los tiempos, el hombre ha buscado desentrañar los misterios a que la vida nos enfrenta.

Quizá esos misterios estén ocultos a la percepción humana, tras la propia naturaleza de su manera de percibir.

La ciencia se ha preocupado, fundamentalmente, de buscar la explicación de los fenómenos tangibles, aquellos que se manifiestan a los sentidos y entonces se ha centrado en lo que se puede medir, evaluar, demostrar, predecir, haciendo caso omiso a todo lo que nuestra mente percibe como intangible y lo rodea de misterio.

Cuando enfrentamos un infortunio, éste tiene una dimensión mayor en el propio mundo interno, que en el mundo material.

La angustia, el dolor y la pena, son siempre más abarcadores que la satisfacción por los deseos materiales cumplidos.

Por eso, cuando se logra superar un obstáculo, uno se da cuenta que su mundo interior posee una fuerza vital que le permite enfrentar todas las dificultades, transformando un hecho negativo en fuente de energía interna.

La historia está signada por ejemplos de esa naturaleza.

El general macedónico cuyas tropas habían arrasado la ciudad, destruyendo el hogar del filósofo griego Stilbo de Megara, matando a su familia y a sus amigos, le preguntó irónicamente, ¿qué has perdido? y éste contestó: «Nada he perdido, pues llevo conmigo todo lo que es mío».

Y el escritor John Milton, cuando quedó ciego, dijo: «El verdadero infortunio, es no saber sobrellevar un infortunio».

«Sólo quien ha vivido en carne propia el sufrimiento del invierno, puede gozar de los frutos de la primavera», afirmó el filósofo suizo Carl Hilty.

«Nunca la primavera deja de suceder al invierno», dice la filosofía oriental.

Así pues, las piedras que encontramos en el camino, que nuestra mente ve como montañas o precipicios, pueden, en virtud de esa fuerza vital interna, transformarse, si aprendemos la lección de que los obstáculos son un motivo para superarnos, antes que para desesperarnos.

A partir de ahí, podemos comprobar que detrás de cada muralla, detrás de cada obstáculo, detrás de cada barrera, detrás de cada montaña, hay un paisaje.

Y ese paisaje será como nosotros queramos que sea, oscuro o brillante, todo depende de nuestra fuerza y de la determinación que pongamos en ello.

Ese es el hálito que nos permite trascender.

Para trascender el infortunio de la ausencia de un hijo no existen edades, ni tiempos, ni espacios; tampoco ámbitos sociales o religiosos, pues lo que se aloja en el corazón no está sujeto a esas dimensiones, todo se resuelve en el ámbito individual de la comprensión, del afecto, de la empatía, que se sustenta en la esencia, no importando las circunstancias.

Debes, si los tienes, abrir el corazón a aquellos otros hijos, que siendo, también, hijos de nuestra propia vida, nos acompañan y requieren el afecto, que, a veces, nuestros ojos nublados por el ayer, olvidan dispensarles en el hoy.

Trascender, es comprender y sentir que estamos vivos y que por estar vivos, viven también en nosotros, nuestros hijos.

Trascender es despertar a la espiritualidad en este mundo teñido por el deseo de lo material, que se desvanece frente a la percepción de la espiritualidad, a que te enfrenta esta circunstancia.

El mundo circundante, por la cultura en que estamos inmersos, quizá se aparte de ti; no sabrán que decirte, no querrán herirte; no te comprenderán.

No te comprenderá mientras sufres, ni te comprenderá si trasciendes tu dolor.

Quien no haya vivido, este dolor no lo puede entender… es nuestro el deber de demostrar al mundo, que para nosotros también el mundo sigue andando, que podemos levantar una copa, sonreír, recibir llamadas telefónicas y tarjetas para Navidad o Año Nuevo, porque hemos resuelto que nuestra vida aún no ha terminado.

Trascender es dar con humildad, es dar con la mano extendida, llevando consuelo a quien sufre la misma pena.

Trascender mientras aún sientes el fuego de la lágrima incontenida… sin esperar a encerrarte en un dolor sin esperanza.

Esperanza es lo que hemos encontrado en «Renacer Uruguay».

El Grupo «Renacer», de Padres cuyos hijos han partido de la vida física, es un conjunto de seres sensibles a las circunstancias de la vida, que buscan, por medio del diálogo y la comprensión, hacer que la dificultad a que la vida los enfrenta, se transforme en motivo para la superación individual.

Encontrar en uno mismo la fuerza para superar adversidades y volcarla en procura de un acercamiento humano a nuestros semejantes, es el mejor homenaje que podemos hacer a nuestros hijos.

Descubrir su latir en nuestros corazones resulta una ofrenda de amor mutuo, que mitiga su ausencia física y acrecienta el valor de su presencia espiritual.

A partir de ahí, cada uno puede encontrar una armoniosa conjunción que le permita volcar hacia quienes sufren idéntica pena, el bálsamo de la comprensión, la amistad y una misión a cumplir.

Misión que llena de paz al corazón, ahuyentando la pena y la angustia, mientras se siente la presencia de quienes nos inspiran en esta hora.

El filósofo alemán Friederich Nietzsche dijo:

«¡Que en lo sucesivo, no sea tu propósito el sitio de donde vienes, sino el lugar al cual te diriges!

El pie que desea adelantarse más allá de donde te encuentras, ¡ese ha de ser tu nuevo propósito!»

Ese debe ser nuestro propósito y nuestra esperanza.

Tuvimos la oportunidad de integrarnos a ese grupo de padres, que enfrentan una nueva vida con altruismo, tratando de llevar calma y tranquilidad a aquellas almas sacudidas por una pérdida idéntica a la que cada uno de nosotros ha debido enfrentar.

Existen madres y pa­dres con esa fuerza dinamizadora, que con generosidad y altruis­mo, están dispuestos a trasmitir a sus semejantes esa fuente de vitalidad, que cambia el enfoque con que nuestra cultura está acostumbrada a encarar los obstáculos que nos presenta la vida, llevando, como el Buen Samaritano, el bálsamo, para aquellos corazones que han sido sacudidos y ansían la paz espiritual.

La solidaridad, el afecto y la comprensión que emanan de sus integrantes, hace que luego de conocerlos compartiéramos su lucha y su trabajo, sabedores de que esa actitud es la mejor ofrenda que podemos hacer a nuestros hijos.

Por su causa, gracias a ellos, en nombre de ellos y por ellos, podremos acercar bálsamo para el dolor de otros seres, que también pueden renacer, haciendo surgir esa fuerza vital inherente a cada ser humano, que inunda el universo, y de la cual, junto con nuestros hijos, somos parte inseparable, en el tiempo infinito y en el espacio intangible reservado al amor.”

Ana y Enrique

Hoy 19 de marzo de 2015, con el recuerdo más dulce que pueda existir para nuestra querida y duce Ana, Ulises, Anita y Enrique.

De Renacer Congreso – Montevideo, Uruguay

“Por la Esencia de Renacer”

Con la mirada al futuro vivimos el presente y rescatamos al pasado

REFLEXIONES SOBRE EL FUTURO DE RENACER

De Gustavo y Alicia Berti

Una etapa cumplida

Al momento de escribir estas líneas, en diciembre del 2014, han transcurrido cerca de 27 años desde que comenzamos esta tarea, el 5 de diciembre de 1988, en Rió Cuarto, Córdoba, Argentina.

El simple pasar del tiempo nos va indicando que nuestra tarea está ya próxima a su fin, aunque no tengamos certeza de la fecha. Este devenir del tiempo nos invita a pensar cómo será el futuro de Renacer.

Estos largos 26 años han sido dedicados a difundir la esencia de la Ayuda Mutua y Renacer, inconmovibles la una del otro. Ha sido una tarea dura, difícil, primero la introducción de una alternativa grupal, no médica, al sufrimiento ocasionado por la muerte de un hijo; alternativa que fue resistida inicialmente por el estamento médico e incluso y paradójicamente por algunos padres que luego de ingresar a un grupo se fueron prontamente aduciendo que eran lloratorios, desvalorizando así la tarea grupal.

Luego hubo que introducir el concepto de Ayuda Mutua por sobre el de Autoayuda al comprender que no existía alternativa posible sin la presencia de otro padre frente a nosotros, un par que con su mirada nos reclamaba, en silencio, “No me abandones”, pregunta que ponía en juego a toda nuestra humanidad y moralidad y a medida en que nuestra humanidad comenzaba a estar en juego fue necesario encontrar un fundamento filosófico antropológico que permitiera desplegar la esencia tanto de Renacer como de la Ayuda Mutua.

Todo este esfuerzo fue necesario para mostrar algo muy simple, tal como es Renacer: un mensaje de amor de nuestros hijos, los que partieron y los que aún están de este lado  y que se vuelca a la vida con la misma intensidad que el amor que lo origina. Mensaje este tan poderoso que ha logrado traspasar fronteras, ríos y aun mares y hacerlo sin estructuras ni recursos otros que los aportados por los propios padres.

Creemos que esta etapa está cumplida, los grupos se mantienen mayormente cohesionado en pos del objetivo común de ayudar a aquellos que vienen detrás de quienes hoy forman parte de los mismos y para lograr esto se afirman, cada vez con mayor energía en la Esencia de Renacer. A pesar de todos los progresos alcanzados a veces nos da la impresión de que estamos al fondo de un precipicio recogiendo los cuerpos que se desbarrancan en un camino roto sin hacer nada para repararlo y esto nos lleva a preguntarnos si no hay más nada que podamos  o debamos hacer otra que reunirnos en grupos y canalizar nuestro amor en actos de servicio hacia determinados sectores de nuestras comunidades.

La mirada hacia el futuro

Para introducirnos en lo que consideramos una posible futura etapa es indispensable pensar sobre la grandeza de Renacer y su generosidad. En varios encuentros hemos mencionado que en Renacer podemos acoger a padres que no pueden acogernos a nosotros; por ejemplo, todas las madres y abuelas de plaza de mayo pueden asistir a Renacer, pero casi ninguno de nosotros en Argentina, y nadie en el exterior, pueden asistir a Madre y Abuelas de Plaza de Mayo; igual sucede con grupos como Madres del Dolor y así con todo otro grupo que se reúna por afinidad o intereses muy exclusivos. A partir de este análisis podemos concluir que Renacer es como un grupo Madre, como un gran paraguas bajo el cual se pueden refugiar todos los otros grupos que existen, puesto que, vale recordarlo, nosotros nos reunimos independientemente de la edad y causa de la partida de nuestros hijos.

¿Por qué es tan importante hacer esta aclaración? Pues porque siendo Renacer el grupo Madre, el gran paraguas que todo lo cobija, no puede tomar parte de cualquier tipo de protesta o reivindicación que trate un grupo exclusivo que no pueda contener a TODOS los integrantes de Renacer. Dicho en otras palabras: si en el futuro llegase un momento o circunstancia en la que fuese necesario o se considerara conveniente que Renacer asumiera una postura reivindicatoria o contestataria, entonces solo podría hacerlo o en representación de TODOS los padres que han perdido hijos o como gestor de un gran acuerdo social de TODOS esos padres que han entregado hijos a la vida, es decir hacerlo en forma de un gran movimiento social, movimiento que solo puede ser logrado sin estructuras dado que de haberlas entonces este no sería un movimiento social sino sectorizado y carecería del impacto posible.

Esta posibilidad de un movimiento social que reclame ¡No más hijos muertos! con la presencia de cientos de miles de padres está dada por dos factores: Primero por la autoridad moral y ética de Renacer que proviene, en parte, de una tarea llevada a cabo sin dineros pedidos a ningún estamento del poder de turno, lo que nos hace libres de deudas y favores a retornar y fundamentalmente por el contenido de la tarea y segundo por su territorialidad, es decir que está en todo el país. Que los grupos de todo el país pudieran, en algún momento, actuar coordinadamente es algo que no debe ser menospreciado. Para que esta posibilidad sea realidad en el futuro es necesario hoy plantearlo entre los grupos y por sobre todo buscar, y hacer posible, modos de coordinación entre los distintos grupos para actuar, además de sus idiosincrasias culturales y sociales, de manera mancomunada en la persecución de objetivos sociales supra grupales. Será necesario también un acercamiento a todos los otros grupos que trabajan por intereses excluyentes para tratar de integrarlos a un proyecto que trascienda a todos los grupos inclusive al mismo Renacer.

Un logro de semejante magnitud, asociado a la fuerza del mensaje, representaría, sin duda, un claro ejercicio de poder, pero un poder puesto al servicio de la comunidad y no de intereses personales. De esta manera, mientras más impersonal sea este movimiento, cuanto menos lideres tenga mayor será su fuerza.

¿Se imaginan ustedes lo que podría lograrse con una acción que comprometiera a todos los grupos Renacer del mundo?

Quizás sea una utopía, pero es útil recordar que Renacer fue en su momento una utopía.

No podemos hoy saber si esto será parte de Renacer en el futuro, es una ilusión que ya no pertenece a nosotros, pero luego de haber corrido tras una ilusión, hoy hecha realidad, por tantos años no nos cabe duda de que algún día, muchos padres verán este sueño cumplido

Este es un simple llamado a los grupos a plantear las posibilidades futuras de   Renacer y dejar esbozado el interrogante de si no ha llegado o está al llegar el momento en que los grupos y los padres deben dejar de lado, transitoriamente, sus intereses y anhelos personales para tratar de producir cambios sociales tan necesarios en este mundo tan convulsionad en el que pareciera que la vida de los jóvenes carece de valor. Estamos a tiempo de trabajar para un país y un mundo mejor.

Este planteamiento deberá hacerse sin prisa alguna, es necesario que madure hasta que exista una masa crítica y deberá ser reflexionado de manera lenta y medulosa, pues habrá mucho que conversar y mucho que cambiar interiormente para desterrar el miedo y asumir la tarea con la firmeza y confianza que la misma requiere y, por sobre todas las cosas, no debería despertar divisiones entre los padres. Si así lo hiciera sería una clara señal que los tiempos aún no han llegado.

Gustavo y Alicia Berti

18 de diciembre de 2014

Mensaje de Renacer de fin de año 2014

Renacer es un Mensaje de nuestros hijos

Mientras el dolor golpea a nuestra puerta… se encienden las luces de las fiestas y el mundo sigue andando…
En ese mundo están nuestros otros hijos, nuestros padres… abuelos que en silencio lloran a sus nietos, nuestros amigos, los amigos de nuestros hijos… también allí estamos nosotros mismos.
A veces, estamos cerrando puertas y ventanas… con el corazón herido, muerta toda esperanza.
Un corazón por cuya herida abierta entran miles de encontradas emociones, donde puede habitar la bronca, el rencor, el odio o los miedos…
Puentes que se rompen y nuestra vida deambula silenciosa en la oscura noche del alma…
Entonces, como en la naturaleza, donde nunca nadie ha podido impedir la llegada de la aurora, llega hasta nosotros un mensaje de esperanza  el Mensaje de Renacer, que hoy nos impulsa a compartirlo, impregnados de gratitud hacia sus iniciadores y del recuerdo a nuestra dulce y querida Ana.
Un mensaje que nos muestra que detrás de lo que las circunstancias parecen ser, no se agota todo lo que ellas son.
Que el destino no es lo que nos pasa, el destino es lo que cada uno de nosotros hacemos con aquello que nos pasa.
Que no debemos  hacer de nuestros hijos aquellos que vinieron a arruinar nuestras vidas.
Nuestros hijos no sólo nos han dejado dolor, nuestro amor hacia ellos no se ha extinguido.
Cuenta una anécdota, que durante la guerra de las Malvinas, un bombardero argentino fue alcanzado por el fuego enemigo y el piloto se salvó tirándose en paracaídas y luego, por un tiempo, fue prisionero de los ingleses.
Al ser liberado acostumbraba a dar charlas sobre su experiencia.
Cierta vez, estando en un restaurante se le acerca alguien y le dice ¿usted no es Carlos que estuvo en la guerra de las Malvinas?
Sí, le contesta, pero ¿usted cómo lo sabe?
Yo pertenecí al grupo que se encargaba de doblar los paracaídas, veo que se abrió, le contestó.
Sí, claro, me salvó la vida, sino no estaría aquí.
Desde entonces iniciaba sus charlas con la siguiente pregunta:
¿Quién dobló hoy tu paracaídas?
Nosotros en Renacer, también podemos hacernos la pregunta ¿Quién dobló mi paracaídas, para que pueda seguir viviendo?
Y habrá muchas respuestas…
Pero hay una a la que no podemos escapar: fueron nuestros hijos, a través del mensaje de Renacer, quienes como “estrellas fugaces llegaron a nuestras vidas, nos tocaron, se fueron, pero nos transformaron”.
Entonces, el amor a nuestros hijos desalojará a aquellas emociones negativas que pretendían gobernar nuestra vida.
Paulatinamente, en nuestro corazón se encienden nuevas luces y empezamos a ver alrededor nuestro que no estamos solos, que hay una mano invisible que guía nuestros pasos y nuestros hijos se transforman en nuestros maestros.
¡Qué difícil es al principio!
Pero la tarea es nuestra, pues desde el primer día, podemos elegir como hemos de sufrir, si dignamente o miserablemente.
¿Qué se merecen nuestros hijos? ¿Qué imagen estamos dando al mundo? ¿Que la muerte todo lo puede?
No importa si no es en estas fiestas que levantemos, por primera vez, una copa en homenaje a nuestros hijos, pero si un día habremos de hacerlo, ¿Por qué demorar ese instante aunque el brillo de nuestros ojos se nuble por una lágrima?
Quizá sea eso lo que ellos esperan hoy de nosotros.
Entonces, podemos darle un dulce sentido a su presencia en nuestras vidas, y asumir que la felicidad no es una meta a lograr, sino el resultado de una tarea o misión adecuadamente cumplida, que ni siquiera es preciso que sea llevada a cabo exitosamente, para que uno pueda sentirse feliz y realizado sin cuestionamiento alguno.
De esta manera, las expresiones de felicidad que podamos recibir de otros, para esta Navidad y Año Nuevo, dejarán de ser una herida al corazón, para transformase en un homenaje a aquella estrella que vino para transformarnos, quienes “doblaron nuestro paracaídas”, y le dieron un nuevo sentido a nuestra misión en esta vida, en el camino que estamos transitando en Renacer.
Que la estrella, fugaz que pasó por nuestras vidas, nos ilumine en esta Navidad y en el año que se inicia.

.          Viernes 19 de diciembre de 2014

Con el recuerdo más dulce que pueda existir para nuestra querida dulce Ana, eiségesis del mensaje de Renacer por Enrique, Ana Doris  y Ulises

De Renacer Congreso – Montevideo, Uruguay
“Por la esencia de Renacer”

Artículo de la Prensa Gráfica de hace unos años…

http://www.laprensagrafica.com/revistas/septimo-sentido/227403-mi-hijo-me-sigue-dando-luz.HTML

Mi hijo me sigue dando luz

30 de Octubre de 2011 a la(s) 0:0 – Una entrevista de Sigfredo Ramírez

El dolor de perder a un hijo es intenso. Mauricio Meza es uno de estos padres que van por la vida recordando a su fallecido hijo. En su intento por recuperar el aliento, fundó un grupo que ayuda a otros a trascender de uno de los más duros golpes que cualquiera pueda recibir.

 

Más duro que perder a un hijo es dejarse morir con él. No podemos abandonarnos al dolor ni dejar de cuidar a la familia, ni dejar de reír.”

Cuando Rafa ya estaba muriendo en su cuarto

Gaby le dijo: ‘Gracias por todo lo que nos diste’. Cuando recuerdo eso, sí siento mucha tristeza.”

El único miedo que le queda a un papá que ha perdido un hijo es el de perder a otro hijo. Pero ese miedo no puede ser paralizante ni sobreprotector.”

Fotografías de Giovanni Lemus

E

sta historia comienza con un niño de nueve años. Se llamaba Rafael Meza López. Le gustaban los juegos de video, la carne asada a tres cuartos, y la camisa blanca del Real Madrid. A Rafa también le gustaba salir a jugar a esta calle por donde ahora caminamos. Es un martes en la tarde y todo está en silencio. La ciudad de San Salvador tiene un cielo encapotado que la resguarda del sol.

Tocamos la puerta de la casa donde vivía Rafael junto a su familia. Su hermano Mauricio, de 16 años, abre la puerta. Va vestido con su uniforme escolar y controla a sus dos pequeños perros que ladran sin cesar. Nos invita a pasar y a que nos sentemos en los sillones de cuero de la sala. Dice que irá a llamar a su papá, Mauricio Meza Acosta, quien se encuentra en el piso de arriba. La casa está tan silenciosa como el resto del pasaje.

Al poco tiempo, Mauricio Meza baja las gradas. Sonríe mientras saluda con un apretón de manos. Lleva una camisa celeste con rayas blancas. El celeste era el color favorito de su hijo Rafa. Rafa será eje de nuestra plática. Fue el segundo hijo de Mauricio y Gabriela. Nació el 11 de junio de 1998.

Era un niño feliz. Tenía buenas notas en la escuela, cinta amarilla en karate y era un hábil jugador de fútbol. Pero fue justamente al final de uno de sus entrenos cuando todo comenzó a cambiar. Era un viernes de abril de 2007, y Rafa se acercó a su papá tocándose la pierna para decirle que tenía una pelotita en la zona pélvica izquierda. Mauricio pensó que era un calambre o quizás un golpe del partido.

Unos días después, un doctor con el rostro desencajado le diría que era cáncer. Uno de difícil curación. Allí comenzaría un tortuoso viaje. Uno que incluyó decenas de medicamentos, sesiones de quimioterapia y esa inevitable tristeza que lo empaña todo. En menos de un año, Mauricio y Gabriela perdieron a su hijo.

Rafael murió en esta misma casa silenciosa, donde ahora estamos sentados frente a su padre. La entrevista podría centrarse en la vorágine que vivió Mauricio y su familia. Pero no es el caso. Platicaremos sobre el grupo Renacer de El Salvador, del que Mauricio es fundador. Es un colectivo dedicado a ayudar a las personas que han tenido que sobrevivir a sus hijos. Mauricio hablará acerca de cómo él respondió a la demoledora pregunta de ¿qué se hace después de que un hijo muere?

¿Qué se le puede decir a alguien que ha perdido lo que creía más preciado en su vida?

Cuando uno pierde un hijo, pierde el sentido de la vida. Nosotros solo buscamos que ese padre lo recupere como él crea más conveniente. Puede ser en la iglesia, en el trabajo o en la familia. Usamos la logoterapia, que busca devolverle el significado a seguir vivo después de lo que ha ocurrido.

¿Cómo nace este grupo de apoyo para padres?

Como una necesidad de responderle a la vida. Muchos creemos que nosotros tenemos que hacer las preguntas, pero realmente la vida es la que nos pone las preguntas. Después de que mi hijo Rafa murió en 2008, a los cuatro meses, yo andaba buscando respuestas y hablé con el rabino de la comunidad israelita salvadoreña. Un argentino que me mencionó al grupo Renacer.

¿En qué otros lugares buscó esa respuesta?

Por todos lados. Cuando sucede algo así, las primeras preguntas que saltan son: “¿Por qué a mí? ¿Por qué a mi hijo? ¿Por qué un cáncer?” Uno nunca espera que algo así le ocurra. Al grupo vienen muchos padres porque sus hijos han sido víctimas de asesinatos, enfermedades, accidentes. Uno piensa que eso sale en las noticias, pero jamás se imagina que va a llegar a su casa.

¿Cómo se vive una pérdida tan grande?

Uno no se puede quedar con los brazos cruzados. Tiene que enfrentar esa pérdida. Uno suele pensar: “Sin mi hijo, yo no voy a poder sobrevivir los siguientes cuatro años o su siguiente cumpleaños”. Pero hay que pensar en vivir un día a la vez. Así, poco a poco, uno se va dando cuenta de que la vida tiene sentido. Se va poniendo proyectos, se da cuenta de que le quedan cosas por hacer. Uno renace.

¿Qué es lo más complicado que enfrenta el grupo?

Todas las situaciones son complicadas. Mi situación, por ejemplo, fue complicadísima. Perder a un hijo de apenas nueve años es lo peor que a un padre y a una madre le puede pasar. Y así, hay personas que han perdido dos hijos, o tres. Hemos visto casos en los que una familia completa ha sufrido un accidente de tránsito, y el único sobreviviente ha sido el padre. Y El Salvador es un país en donde no es difícil escuchar de casos en los que una madre pierde a su hijo hoy, y el año siguiente pierde al otro.

¿Cómo se perciben los problemas cotidianos después de vivir algo tan duro?

La percepción cambia definitivamente. La gente por cualquier cosa dice: “Qué desgracia”. Y yo me río cuando dicen eso. Porque desgracia es que te digan que tu hijo tiene cáncer. Catástrofe es que se te muera tu hijo. Y peor que eso es que uno se deje morir con su hijo.

El escritor salvadoreño Rafael Rodríguez Díaz dice que en nuestra cultura la muerte es un tabú, que nos enseñan a verla cómo algo ajeno a la vida, ¿usted cree que es así?

Sí, yo creo que en la sociedad occidental, y particularmente en la salvadoreña, nos acomodamos mucho y no pensamos en que el algo que sucederá inevitablemente. No se nos enseña. Y por eso convivir con la idea de que la muerte ha llegado a su casa es bien difícil. Y cuando le sucede al hijo de uno es todavía peor. En ese momento toca “resetear” los conceptos. La vida hay que volverla a empezar de cero para incluir a la muerte.

¿Y en qué ayuda incluir a la muerte en la vida?

Mientras no podamos entender la muerte es muy difícil disfrutar la vida.

¿La causa de muerte también determina el duelo?

Cada duelo es diferente. Pero en el grupo no hacemos divisiones. Si el hijo murió recién nacido, si murió siendo un niño por el cáncer, si murió atropellado siendo un joven de 20 años o un hombre de 40, el dolor siempre es grande.

¿Han tenido casos tan variados?

Sí, de gente que la han asesinado saliendo de su casa y que tiene a sus padres. Lo primero que hace un padre es aislarse. Piensa que solo a él le ha pasado algo tan grave. Pero en Renacer empieza a ver que hay otros en la misma situación. Se da cuenta de que hay padres que nos parecemos.

¿Qué vacío trata de llenar Renacer El Salvador?

Aquí en El Salvador no hay un grupo de ayuda para personas que han perdido hijos. La psicología se queda corta porque quiere encasillar. Te dice que hay un tiempo para el duelo, lo que se tiene que hacer y lo que no. Renacer no viene a decirle a nadie: “Esto tenés que hacer”. Viene a darle apoyo al papá que se queda sintiendo que el mundo no tiene un lugar para él.

¿Cuántas personas forman parte del grupo?

Somos alrededor de 10 familias. Lo que pasa es que el grupo es diferente para cada persona. Hay personas que vienen a cuatro sesiones, se sienten mejor, y ya no siguen viniendo. Hay personas a quienes quizás no les hizo bien llegar siquiera a la primera reunión. Y habemos quienes agarramos esto como un compromiso. Que creemos que mientras estemos con vida vamos a estar dándole apoyo a otro papá que viene atrás. A otro papá que está sufriendo.

¿Admiten casos de desaparecidos?

No, aquí en El Salvador hemos tenido mucho cuidado. El que tiene a su hijo desaparecido aún no tiene certeza de que haya muerto. Entonces venir a estos grupos es muy duro, porque es una realidad que quizá él no quiera afrontar aún.

¿Cómo define al grupo?

Este es un grupo de vida, no un grupo de duelo.

¿Cuál es la mayor lección de vida que ha aprendido de los demás padres?

Llegó una mamá que no quería vivir porque había perdido a su hijo. A pesar de que le quedaba una niña de 12 años. Una de las dinámicas que hicimos fue la del día feliz. Que consistía en que todos íbamos a estar felices por un día. No íbamos a llorar. A esta señora le gustó tanto ese día feliz, que compartió con su niña. A las dos semanas, llegó la niña al grupo a decirnos: “Gracias por haberme devuelto a mi mami”.

A Mauricio se le ponen acuosos los ojos al recordar el rostro de la niña en la reunión de Renacer El Salvador. Hace unos pocos minutos, su esposa, Gabriela, ha bajado de la segunda planta de la casa y se ha acercado a la cocina. Hoy luce una blusa azul y una sonrisa amistosa en el rostro. Gabriela es mexicana. Su acento la delata. Ella y Mauricio se conocieron en 1993, cuando el papá de Mauricio fungía como el embajador salvadoreño en México Distrito Federal.

Después, se mudaron a El Salvador y comenzaron una vida juntos. Mauricio dice que cada quien en su familia ha vivido el duelo de una manera distinta. El suyo se tradujo en escribir el libro El Desafío de Renacer y dedicárselo a su hijo Rafa. Dice que lo hizo como una forma de desahogarse. De contar todo lo que había pasado en los meses más largos de su vida.

En su libro usted cuenta cómo fue el tratamiento de su hijo, y dice que en esas salas del Hospital Bloom no había ricos ni pobres, sino que padres e hijos enfermos. Necesitados todos de un milagro. Ese estado de igualdad, ¿es el más grande que ha sentido a lo largo de su vida?

Definitivamente, porque habíamos de diferentes clases sociales. Venía la mamá de una niña que había perdido su vista por la quimioterapia en el cerebro. Apenas tenía dinero para el bus. Nosotros, que teníamos un poquito más de facilidades, llevábamos pasteles en nombre de Rafa para enfermeras, doctores y niños. Es que después de pasar allí las primeras 24 horas seguidas, uno se siente parte de todo aquello. Estar a la par del otro papá o mamá, y estar platicando con ellos, compartiendo, viendo el dolor, viendo que el niño se puso feliz. Compartir la felicidad y la tristeza de los que para muchos son los últimos días, todo eso es lo que nos hace realmente iguales. En el grupo Renacer también hay momentos así.

Pero ese quizás fue el primero en su vida…

Sí, ese fue el primero.

¿Cuál era su impresión al ver cómo esas familias de escasos recursos afrontaban algo tan complejo como el cáncer?

Primero, cuando usted va al octavo piso y lee: “Oncología”, lo embarga una sensación horrible. Llevar al niño en silla de ruedas y entrar a Oncología, eso es algo que nunca se va a imaginar en su vida. Uno se pregunta: “¿Qué estoy haciendo aquí?” Y ve cómo los demás se han acoplado, cómo comparten entre ellos. Después uno mismo comienza a compartir con los demás papás. Pasás las 24 horas allí. En nuestro caso, mi esposa y yo hacíamos como turnos de 12 horas. Nos íbamos relevando.

¿Cómo lograba sortear la responsabilidad del trabajo en esos momentos?

Se quedaba mi esposa allí y yo me iba a trabajar.

¿Y se podía concentrar en el trabajo?

No, realmente no. Yo trabajo en la agricultura y me acuerdo que una vez me tocó ir a vender el frijol. Ese día le iban a dar de alta a Rafa y le hablé a Gaby al celular. No me contestaba. Lo primero que pensé fue que algo malo había pasado, entonces dejé el frijol allí. No lo pesamos, no lo contamos, no me lo pagaron. Solo salí corriendo porque no me contestaba el celular y pensé que algo malo había pasado. En situaciones como esa, uno vive en un estado de alerta. No duerme bien. Yo no pude dormir nunca en el hospital y cuando venía cansado a mi casa, tampoco podía dormir. Pasé 10 meses así.

El hospital fue en esa época su segunda casa. Un espacio que usted llegó a conocer bien. Viéndolo en retrospectiva, ¿cómo definiría ese hogar?

Triste y con mucha empatía de cada padre hacia los demás. Se hace una sola familia entre todos. Uno se aprende los nombres de todos los niños. Yo trataba de hacerlos reír. Compartíamos con los papás y con los niños. La tristeza se sobrellevaba con algunas cositas. Del más mínimo chance de reírnos de algo nos aprovechábamos.

¿Y cómo son los recuerdos en ese espacio del hospital Bloom?

A mi hijo nunca le gustó. A él lo que le encantaba era venir a su casa. Él murió en su cuarto. Recuerdo que en medio del tratamiento se le metieron unas cosas y yo traté de cumplirle todo. En un momento dado, me dijo que quería meterse a esgrima y yo le di largas, porque no estaba en condiciones para eso. Trató de ir al colegio, pero no podía, porque tenía las defensas muy bajas. Se sentía mal. Pero por eso, aprovechaba cada momentito en el que se sentía bien. Él aprovechaba cada momentito para disfrutarlo.

¿Qué es el cáncer para usted?

El cáncer llegó a ser una mala palabra. Algo innombrable. Después del duelo que tuve que elaborar, al oír la palabra “cáncer” se me viene tener dinero para hacer una fundación que investigue la cura para todo tipo de cáncer. El cáncer es algo que uno ve lejano y que no cree que vaya a tocar a su familia. Uno menos se imagina que vaya a llegar a un niño que tiene toda su vida por delante.

Usted rescata el valor de la familia nuclear, la esposa junto al esposo, pero ¿cómo pueden afrontar la pérdida de un niño todas las madres solteras?

Sería bueno que conocieran de Renacer. Porque muchas no elaboran su duelo. Hay gente que perdió un niño hace 10 años y le preguntamos: “¿Y qué hizo?” Y responden que “nada”. Esa respuesta encierra cierta insensibilidad y resentimiento a la vida.

Con todo lo que pasó usted abrazó la religión judía. ¿Por qué el judaísmo y no el cristianismo?

Toda mi vida he tenido amigos judíos. Cuando murió Rafa, lo primero que se me vino a la mente fue ir a buscar al rabino. Creí que él me iba a dar las explicaciones que no se me podían dar en otro lado. Pero el rabino fue claro: “No te puedo dar ninguna respuesta, porque el judaísmo no se enfoca en la muerte, sino en la vida”. Me cambió el panorama. Me dijo que me enfocara en la vida.

¿Cómo es su relación con Dios?

Muchos de nosotros, no todos, pero muchos de los papás que hemos perdido hijos pasamos un tiempo peleados con Dios. Yo practico el judaísmo, me metí de lleno a la lectura de las escrituras hebreas y eso ha sido muy gratificante. Le ha ayudado a toda mi familia, no solo a mí.

¿Cómo ha sido en el caso de su esposa?

Bueno, a ella no le gusta hablar mucho y yo lo respeto. Mi hijo, Mauri, pintó este cuadro, y este otro en 2009 (Mauricio señala dos pinturas en la sala), un tiempo después de la muerte de Rafa. Mauri aprendió a pintar porque él se iba a clases de pintura en lo que Rafa se iba a las de fútbol. Aquí cada quien lleva su proceso y todos nos apoyamos.

¿Ella sigue siendo cristiana?

No, ella es agnóstica. Yo le digo que es una buena judía atea.

¿Les costó mucho llegar a un punto de entendimiento como pareja?

Todavía vamos, todavía estamos caminando por ese sendero.

¿Y vivir el duelo de una manera diferente no los destruye hasta cierto punto?

No, lo peor que podemos hacer es venirnos a meter a la vida del otro, aunque sea nuestra esposa o esposo, y decirle: “Esto es lo que tenés que hacer: ir a la iglesia, dejar de llorar”. Eso no se hace. Se deja a la gente que maneje su vida. El ser humano es capaz por naturaleza de enfrentar las cosas. Claro que necesita apoyo y esa es la tarea de Renacer. Pero no puedo hacer que ella piense o sea como yo soy.

Ese es un gran error que se puede cometer…

Sí, porque uno está buscando que lo entiendan y lo que tiene que hacer es entender al otro. Cuando muere un hijo, la pareja pasa por un periodo muy difícil. Ninguno entiende al otro.

En su libro, usted narra que después de la muerte de Rafael, su esposa se fue a México junto a su otro hijo…

Eso fue bien duro para mí. Porque al morir mi hijo, me quedo solo. Pero allí salió el ser humano. Porque no me quedé llorando y lamentándome, sino que me puse una meta inmediatamente: recuperar a mi familia. Y para eso yo tuve que hacer cambios dentro de mí. Y me fui a traerlos.

¿Qué es lo peor que alguien puede hacer cuando está preso del dolor?

Morirse con esa pérdida. Más duro que perder a un hijo es dejarse morir uno con él. No podemos abandonarnos al dolor, ni dejar de cuidar a la familia, no podemos dejar de disfrutar o de reír. Al hacer esto, está convirtiendo a su hijo en un verdugo. Y no se lo merece. Lo que merece es que ese tiempo que haya pasado aquí, nosotros lo guardemos como una inspiración.

¿Se siente fuerte?

A veces. Esto es una montaña rusa. La diferencia es que los primeros días esa montaña rusa es la más dura que podría existir. Uno está en la mañana mal, después un ratito bien, y después ya no quiere vivir. Pero cuando uno elige que quiere la vida, entonces esa montaña rusa va bajando la intensidad. Siempre hay momentos de tristeza y por allí se le salen a uno las lágrimas. A mí todavía me pasa y creo que me va a pasar siempre. Creo que mientras la pérdida de mi hijo esté en mí, me voy a sentir triste. Pero es llevadero.

¿Qué papel juega el llanto como parte del desahogo emocional?

Es vital. Es muy necesario. Creo que todo conlleva un equilibrio y es necesario llorar. Claro, no solo hay que vivir en el llanto ni en la catarsis. Porque si no todo el tiempo vamos a estar con las lágrimas en los ojos. Por momentitos, de repente surge un pensamiento de los que hacen daño. Algún recuerdo. Como cuando Rafa ya estaba muriendo en su cuarto y Gaby le dijo: “Gracias por todo lo que nos diste”. Cuando recuerdo eso, sí siento mucha tristeza, pero intento que no me domine por completo.

¿Tiene mucho tiempo de no llorar?

Sí, quizás desde principios de año. Fuimos a México y ese país me trae muchos recuerdos de Rafa. Pero ya no es como antes. Los primeros días uno llora todo el día y cree que así va a ser siempre. Pero no es así. Poco a poco, uno va agarrando esa fuerza. ¿Y cómo va agarrando esa fuerza? Ayudándole a otro.

¿Así se supera de algún modo la pérdida?

No. Solo se trasciende el dolor, no se supera. Vemos en los programas de la televisión: “Cómo superar la pérdida de un hijo”. Creo que eso no se supera nunca, porque eso implicaría pasar la hoja. Trascender quiere decir enfrentarlo, usarlo y convertirlo en una catapulta para que yo pueda ser otra persona. La vida después de la muerte de un hijo nunca va a ser igual.

Gabriela entra y sirve café en la mesa. Siempre con una sonrisa. Después de la muerte de su hijo tanto ella como Mauricio han vuelto a la universidad. Ella está estudiando Traducción al Inglés mientras que su esposo lleva el segundo año de la Licenciatura en Psicología. Para Mauricio, la próxima semana será de parciales. Esto lo ha mantenido ocupado y cuando le preguntamos si vio el partido del Real Madrid por la Liga de Campeones asegura que lo ha olvidado. Para él, los partidos del club español no son fanatismo ni enajenación, sino una forma de recordar a su Rafa. Cuando se despidieron de Rafa por última vez llevaba puesta su camisa favorita. La del Real Madrid.

¿Qué valor tiene la soledad en esos momentos tan difíciles de asimilar?

En ese momento fue bien duro estar solo. Los recuerdos son muy intensos. El llanto, el dolor, muy intensos. Lo mejor es no estar solo tanto tiempo. Más que todo en los primeros momentos. Ahora, yo valoro muchísimo mi soledad.

¿Cree que el tiempo cura las heridas?

No. No vamos a negar que los primeros momentos de todo sean los más complicados. El primer día, el primer mes, el primer cumpleaños, la primera vacación. Pero, al final, no es el tiempo el que te recupera. Yo conozco gente que ha dejado pasar 15 años desde que sus hijos murieron, y siguen en depresiones extremas. Conozco gente que no elaboró el duelo. Como que solo lo tapó. Fue un mecanismo de defensa y negación. No es el tiempo, sino lo que decidimos hacer en el tiempo lo que va curando.

En la dedicatoria de su libro, usted le da gracias a Dios por darle fuerza en algunos momentos en los que su vida corría peligro. ¿Cuáles fueron esos momentos?

Fueron momentos en los que a mí ya no me importaba vivir. Sentía que mi vida ya no valía nada. Momentos en los que hubiera podido morir. A mí no me gusta hablar de Dios, porque siento que me quedo muy corto. Pero no me explico de qué otro modo pudieron llegar a mí las personas indicadas, las situaciones indicadas. Así seguí con mi vida y así he llegado hasta aquí, hasta esta entrevista.

Hay otro pasaje del texto en el que usted dice que tiene una relación con su hijo después de la muerte. Algo que nadie le va a quitar. ¿Cómo se mantiene una relación con alguien después de la muerte?

Eso es algo que tratamos de hacer en Renacer. Que nos demos cuenta de que podemos seguir manteniendo una relación. Cada quien lo hace de distinta manera, algunos les gusta ir al cementerio y les platican. A mí no me gusta mucho. La relación que yo mantengo con mi hijo consiste en tratar de ser una buena persona y dedicárselo a él. Recordar sus cosas, sus chistes, hoy quizás le fallé porque se me olvidó el partido del Real Madrid. Él está dentro de mí. Lo recuerdo cuando llueve, lo recuerdo cuando hay algún evento feliz.

Uno de los aspectos más difíciles que escribe en su libro es poner en un tercero –en este caso los doctores– la responsabilidad por lo que ha pasado. ¿Cómo se supera ese rencor?

Es difícil porque los doctores son seres humanos y se equivocan. Pero implica la vida del hijo y uno se pone a pensar en si los tratamientos que eligieron fueron los mejores. También queda allí la culpabilidad de uno por haberle creído a un especialista sobre otro. Pero realmente se llega a un punto en el que se dice: “Sucedió así, qué me gano yo amargándome la vida pensando en cómo hubieran podido salir las cosas”. Una de nuestras terapias es quitarnos los hubieras. No sirven de nada.

Y cómo se supera este punto dentro del grupo con los padres que han perdido a su hijo por la violencia. Porque allí hay un homicida…

Hubo una mamá que cuando comenzó a escuchar que los otros padres habían perdido hijos, tiró la silla y gritó: “Pero a mi hijo me lo mataron”. Y tiró la puerta. Mi esposa se fue a tratar de consolarla, pero es bien difícil, porque son dos procesos los que ellos tienen que enfrentar. La muerte de su hijo y el deseo de venganza. Las personas que han perdido a sus hijos por asesinato y que se han quedado en el grupo, de lo menos que hablan es de venganza. Eso ya quedó atrás. Mientras haya deseos de venganza, el proceso de elaboración de duelo es difícil.

Muchos acusan a esta sociedad de ser hasta cierto punto insensible a la muerte. ¿Usted cree que el salvadoreño es insensible?

Bastante. Y se nota en la clase de comentarios que hacen. “Ya superalo”, suelen decirle a quien ha perdido a su hijo. O a veces salen con: “Mirá, ya dejá de llorar”. Y una de las cosas más crueles que le pueden decir a uno es: “Eso te pasó porque a saber qué pecado tenías”.

¿A usted le dijeron eso?

Sí, y no solo a mí. Aquí en el grupo venimos a dar queja de todo lo que nos dicen afuera. Son cosas realmente insensibles que quizás nacen de cierta ceguera espiritual. Y hay incluso gente que ha enfrentado la muerte de sus hijos y le dicen a uno: “Ah, pero el suyo estaba enfermo, en cambio al mío me lo quitó un accidente; de repente, ya no lo vi”. Lo hacen como queriendo aplicar el “dolómetro”. Como para poder decir que lo de ellos ha sido peor. Y otros, que no han perdido hijos le dicen cosas como: “Nombre, no te preocupes que Dios ya te va a mandar otro”.

Distintos medios de comunicación han firmado acuerdos sobre la cobertura de los hechos de violencia, ahora no vemos la imagen del fallecido pero sí a sus familiares llorando. ¿Cree que los medios relativizamos el dolor por la pérdida de un ser querido?

A mí me parece indignante. Yo creo que son momentos muy personales, son momentos que no están para publicarlos. Sacar eso no es muy digno ni ético.

Hace tres semanas Mauricio recibió la llamada de una de las madres que conoció en el Hospital Bloom. Era para avisarle que su hijo, Brian, había fallecido. Brian y Rafa entraron al hospital casi al mismo tiempo hace cuatro años. Todo este tiempo, Brian continuó en tratamiento. Mauricio y Gabriela fueron juntos a la vela y al funeral de Brian. Él asegura que era un compromiso acompañar a su mamá.

Mauricio, ¿usted le tiene miedo al cáncer?

No, tengo otros miedos, pero no al cáncer. El único miedo que le queda a un papá que ha perdido un hijo es el de perder a otro hijo. Pero ese miedo no puede ser paralizante. No puede ser un miedo sobreprotector. No podemos anularle la vida al otro hijo.

¿Qué le da paz?

Muchas cosas me dan paz, me da paz ese tiempo libre que puedo estar en soledad. Me da paz ver a los niños. Estar al aire libre. Ver el sol y las estrellas. Recordar a mi hijo me da paz.

¿Cómo es el hijo al que recuerda?

Un niño que disfrutaba todo y que no era complicado. Le encantaba ir a jugar boliche. Él disfrutaba la vida desde chiquito. Su primera profesora del kínder nos dijo: “Este niño es especial, cuídenlo, porque él aprendió a leer solo”. Cuando los papás de Renacer hablamos de nuestros hijos, nos identificamos. Esos niños o jóvenes o adultos que ya no están quizás disfrutaron más que personas que pasan de los 80 años de edad. No creo que sea como una idolatría que el padre le hace a su hijo muerto. Nosotros solo contamos estas anécdotas que acaban siendo bien sorprendentes. Y es como un alivio, porque uno dice: “Bueno, vinieron por un tiempo corto, pero lo disfrutaron”.

Como que todo tenía un propósito…

Podría ser, a veces cuesta que le digan a uno que se fue porque ese era el propósito de Dios. Eso cuesta asimilarlo. Yo prefiero pensar en que Rafa vino y dejó luz. Él vino a dar luz a todos los que lo conocimos. Vino a dar luz y mi alegría es que me sigue dando luz.

 

Todo dolor trae consigo una enseñanza

            El hombre no puede evitar su destino, pero a él y únicamente a él le corresponde decidir con qué actitud lo confrontará; sólo suya será la decisión de dejarse arrastrar como una hoja en la tormenta de otoño, o levantarse fuerte como un árbol que se dobla pero no se rompe durante esa misma tormenta.

             El sufrimiento, el sufrimiento intenso, ese sufrimiento que lleva en él la capacidad de aniquilar al hombre, presenta, en cambio, la posibilidad de llevarlo a recorrer un camino existencial distinto, dado que puede hacer que seres humanos retrocedan a la categoría de entes al padecer un sufrimiento al que no han sabido encontrarle un sentido,  pero también puede hacer que otros seres, al haber logrado perder su angustia por una decisión  que ya ha sido tomada por el destino, asuman una respuesta diferente y, en ese proceso, adquirir un conocimiento del ser tan intenso, tan profundo, que los lleve a un estado de iluminación, de trascendencia del propio destino.

            La muerte de un ser muy querido es y será motivo de hondo pesar, pero la decisión de morirse con ese ser, es únicamente del mismo hombre, como lo será la decisión de caminar con la frente en alto, desafiando la adversidad, pues si bien el destino es quien hace las preguntas, siempre le quedará al hombre la libertad de cómo responderlas.  

           Ante la partida de un hijo, a quien difícilmente estaremos preparados para despedir, el dolor es demasiado intenso, desconocido; pareciera que la vida no debería continuar y que el tiempo, en su eterno fluir, se hubiera detenido en un punto en el espacio, un punto de total incredulidad e irrealidad.

            Nadie sabe qué decirnos; todos escapan ante una realidad que no conocen, que siempre han ignorado, que no saben manejar.

            No puede ser, nos repetimos una y mil veces y, sin embargo, es; y debemos seguir viviendo; pero ¿cómo?, nos preguntamos una y otra vez.

            Nosotros podemos tomar a la vida y la pérdida de un hijo y decir que el hombre es lo que recibe, que el destino nos ha castigado y ahí se terminó todo. Pero no es posible vivir la vida como si nuestros hijos fueran los artífices para arruinarla.                       

            Perder un hijo no puede significar nada más que destruirse y tirarse a morir en el abandono, nuestra respuesta tiene que ser un imperativo ético, tiene que ser tan importante que nos marque el camino que queremos seguir, en homenaje a esos hijos que tanto nos han marcado.

            Debemos seguir viviendo, es una experiencia renovadora, y ese camino tiene un solo destino final, que es el camino final de humanización.

            Su partida es una condición permanente, pero no debe ser permanente nuestro sufrir, debemos decirle sí a la vida.

           La facultad más humana del hombre es la de transformar una tragedia personal en triunfo.

            Según Víctor Frankl, el hombre es capaz de levantarse por encima de sus condicionamientos físicos, psicológicos, más allá de su experiencia previa, en las alas indómitas del espíritu, y responder en libertad y responsablemente con su manera única e irrepetible, como ser único e irrepetible que es. Para él los Valores de Actitud, son los de mayor jerarquía en la escala de valores y se basan en la libertad de asumir una actitud positiva ante las preguntas que la vida le plantea, a lo que él ha llamado libertad de actitud.

            Todo dolor trae consigo una enseñanza, y puede llegar a ser una experiencia regeneradora, rescatando de un rincón del corazón los olvidados valores espirituales del hombre, que son los únicos que pueden salvarnos de una vida sin sentido, de una muerte en vida.

            La muerte no marca el fin de todo, es sólo una necesaria etapa en la evolución espiritual del hombre, es una parte integral de la vida, la que nos marca el límite de nuestra existencia terrena y nos enseña a apreciarla en su verdadera dimensión, para vivirla totalmente, rescatando esa olvidada espiritualidad en nuestro diario vivir, para saber prepararnos para que en el momento de realizar nosotros la transición, saber que no hemos dejado cosas por hacer, y en el instante de dejar el capullo, para volar libres de regreso a casa, sepamos que hemos comprendido el mensaje de nuestros hijos, porque hemos dado todo el amor de que fuimos capaces.      

            La muerte de nuestros hijos no habrá sido estéril, si a través de su partida es que se comprende el verdadero sentido de la vida, como un tiempo precioso y finito que debemos vivir al máximo, pero de otra manera, ya que el camino trazado hasta ahora no sirve para esa nueva realidad. Debemos recomenzar, es como renacer de las cenizas, captando el mensaje de infinito amor que nuestros hijos al partir nos dejaron, y que los hijos que quedan nos recuerdan cada día: dar amor, sólo amor.

            Son nuestros hijos los maestros del verdadero y desinteresado amor, y este sentimiento no tiene reclamos ni expectativas, ni siquiera necesita de una presencia física.

            Y cuando hayamos encontrado la paz y la aceptación, habremos de trasmitirla a los demás, a los que la necesitan, a los que sufren, a los que aún viven en la oscuridad de la desesperanza y la rebeldía, pues el hombre no es lo que recibe, sino lo que da a la vida.

             Entonces, la partida de nuestros hijos no habrá sido en vano, porque  dejó en este mundo personas mucho mejores de lo que eran cuando ellos estaban.